No hay arena en el desierto


Sienta lo que siento.

Oiga lo que oigo.

Vea lo que veo.

Cante lo que canto.

Las almas se encienden
con el estallido de bombas
de soledad inoportuna.

Las piedras se caen
con la amapola de las plumas
de sangre inocente.

Las lágrimas se derraman
con el grito del lamento
de intimidad enmudecida.

Las muertes se barren
con la tormenta de la impotencia
de interés perdido.

Defienda lo que defiendo.

Y te quiero,
en horizontal,
cuando tus dos senos
sean una senoide
de periodo y medio,
cuando mis dos manos
se apresuren en el camino
de tu cuerpo sin ropa
y descarrilen en tu pubis.
Lieder, de Thomas Canet.

Una mesa ensuciada repleta
de códigos alfanuméricos
me dicta el tiempo
de llegada a la ciudad
que espera moribunda
fumando un cigarro
en una azotea a ras de suelo.
Mi bosque hoy, de Gustavo Díaz Sosa

Dando la huerta de los Roldanes
peregriné hacia al barro
de la lluvia que emergía del suelo
donde las campanas doradas
florecían entre piedras
que puse como un tetris
en mi imaginación desvocada
por los cantos de los pájaros
que huían de explosiones de cazador
camuflados entre el espesor
de la madre naturaleza
que se redimía ante el fuego.

Ya no lo sé, tampoco.

Hoy me tienes ganas,
pero yo tampoco,
yo también.

Pero hoy no te trago,
tú tampoco.

Hoy quiero verte,
o tampoco,
pero no te puedo ver,
no me estás viendo,
pero yo tampoco,
yo también.

Hoy tampoco,
mañana tampoco,
o pasado,
pero yo también,
y mucho.

Contemplo


El aire vuela dejando paso
al sol que radia belleza
entre la música del agua y el cielo.

La tierra de espeso verdor
se abre ante las flores
que se iluminan con la luna
en el juego lúgubre de la noche.

Amanece con la fruta madura
entrelazada con amor y levitando
en las ramas quebradizas
que se agrietan con el paso del tiempo.

Gritos del campo


Howlin' Wolf aulla
por la noche de su guitarra
mientras Hound Dog Taylor
oxida la rueda de un pozo
con su garganta abierta.

Elmore James se arma de slide
y asesina a todos los tímpanos
que se interponen a su paso,
Son House abrasa una national
con su metálica esencia.

James Blood Ulmer derrama sangre.

John Lee Hooker toma un bourbon
al final de la barra.

Dr. John resurge del pantanoso
New Orleans para hacer vudú.
Encontrarse con viejos maestros.

Girar en un tocadiscos
la negritud del presente.

Beber una cerveza,
una cerveza barata.

Pilotar aviones entre nubes
sin motor.

Reventar el grano del pasado.

Pintar un graffiti.

Contemplar el estreno de la semana,
gratis.

Empieza el show.
Raíces al cielo.

Llorar con los ojos quitados.
Destellos de luz que oscurecen.

Despellejar la piel del pasado.

Contrabajo de palpitaciones en mi pecho.
Trompeta en mi tímpano.

Hay muchos colgados.
Me voy.

NAND y NOR


Afilé las patillas
de mis circuitos integrados
para asegurarme
de que iban a atravesar
perfectamente
las retinas de ese hombre
a pesar de llevar gafas.

Vamos para mal

Buenos días.
¿Te vas?
Me quedo.
¿Hola?
Adiós, he dicho.
¿Entonces?
Hasta luego.
¿Cómo?
Que te jodan.
¿Qué dices?
Que te vayas a la mierda.
¿Dónde estás?
Tu puta madre.
Visten de negro
y llevan barba.

Escuchan música.

Miran las estrellas
sentados en un banco
mientras comen castañas en otoño.

Dicen: -Hola
cuando se van.

No andan en las aceras,
corren por las calles
fotografiando el mundo sin flash.
Las frías telarañas
del rincón de mi suciedad
van atravesando
las paredes ensuciadas
por holocaustos nazis
comandados por protagonistas
que son aplaudidos
en este momento.

Soñé que soñaba un sueño de otro

Mientras dormía
montaba en bici
por los sueños
de los hombres,
descubrían
el sonido del silencio
que aullaba, entre sábanas,
en el bosque oscuro
de la humanidad
como la cuerda rota
de una guitarra,
el color de lo invisible
que resplandecía su interior
en mitad de una morada
subido en un árbol.

La escena era completada
por la vieja
meciéndose en su butaca
chirriante,
entrelazando con ganchillo
los hilos negros
de cada quimera
que cerraba con llave.

Viernes por la mañana


Un viernes, sentado en la plaza Einstein, se acercó un hombre, ya mayor, retiró el vaso de la noche anterior que tenía dos dedos de un líquido amarillento, aparentemente whisky barato, del banco y se sentó a mi lado. Confiadamente, pero distante, me inició una conversación sobre el botellón, por el vaso seguramente, afirmaba que estábamos en tiempos de crisis y que él, si fuese joven, haría lo mismo, hacer botellón, “el vino en las tabernas está muy caro” decía, yo solo sonreía y afirmaba con la testa. En su juventud eso no pasaba, se podía invitar a un medio a un amigo sin mirar la cartera antes y se jugaba alegremente a las cartas, en la actualidad pasa igual, aunque han cambiado las cartas por jugar con drogas de diseño y a las tabernas toscas del pasado les han añadido neones cegadores para actualizarlas.

Además, hablamos de las obras del tranvía que había en construcción, el cuál llevaba ya un tiempo así y no tenía intención de ver su final, de Messi, aunque era del Real Madrid le gustaba muchos ese jugador, “resolvía partidos en segundos” contaba, yo sobre este tema no tuve mucho qué aportarle, pero intenté defenderme. Conversamos de la belleza de Granada, de su paso por el ejército, donde conoció a un cordobés, perdió su pista hace ya tiempo, daba la posibilidad incluso de que hubiese muerto. Me explicó que estuvo casi toda su vida trabajando para Telefónica aunque no sabía utilizar un móvil.

Cualquiera que nos escuchase diría que nos conocíamos de toda la vida, se creerían que sería mi abuelo o algo así. Parecía que de esa conversación iba a salir la solución para este mundo, pero él ya dijo que aquello era hablar por hablar, de aquel banco solo sacaríamos un buen rato, no arreglaríamos nada.

El reloj marcaba las 13:30 y mi amigo llegó, habíamos quedado allí para tomar unas cervezas, me despedí de ese hombre con un hasta luego, como si nos volviésemos a ver, me haría ilusión que ocurriese.

Él nunca leerá esto, pero me gustaron aquellos tres cuartos de hora que pasé en aquel banco y tenía que escribirlo.

Se me olvidó preguntarle por su nombre, pero no importa, ya está mi imaginación para bautizar, en mi memoria se quedó como “El telefonista que no quería arreglar los cables telefónicos del mundo”.

Síndrome de contradicción

Constantemente
ha caminado
sobre mi prominente testa,
sin desistir,
la idea,
el hecho,
la posibilidad,
de que la contradicción
es la virtud
más sublime
que aborda al hombre,
y por supuesto,
a la mujer,
pero tenía mis dudas,
que se despejaron
cuando llegó,
bajo las farolas,
la noche de aquel día.
La idea a la que apelaba
en ese momento
se redimió
en hechos posibles.


Matar a un ruiseñor

Fila sexta
al lado del pasillo,
asientos cómodos
y rojos,
comienzo a leer
algunas páginas
de celuloide,
más gente que de costumbre
y teléfonos
que molestan,
un pitido
intermitente
se hace notar en el declive
de mi suspense,
deberían
de silenciar
los teléfonos
mediante un arma
de destrucción masiva,
muere el bueno, el negro,
los protagonistas no quedan
contentos, satisfechos,
muere el malo
de la película
con un sombrero de paja
y un cuchillo,
acaba con un cambio de cara.
Y de regreso,
la gente observa
detenidamente
las últimas ofertas
en sábanas y toallas.

Golondrina


Campiña
recorrida por dos ruedas
de caucho
hinchadas por un hombre
de pelo largo.

Fotografías
de verde muerto
y graznido en vuelo,
mentha rotundifolia
y hojas asimétricas
de olmos secos
dejando de ser arbustos.

Violeta blanquecino,
solitario, o eso creía,
tenía fe ciega
en la virtud de tu soledad,
pero la luna que quemaba
el cielo sombrío
ardía en mis ojos
con el revelado
de tus alrededores.

Dinah

Acostarse
con la almohada fría
y las sábanas del revés.

Soñar acompañado
de Django Reinhardt,
el cual te regala
un violín eléctrico.

Despertarse
con las tornas cambiadas.

Levantarse
con dos pies derechos.

Ir dando giros
hacia la puerta
de la habitación,
abrirla.

Encontrarse
con el pasillo vacío
de todos los días.

Sudor, cerveza y robo

Evidentemente,
el avecedario empieza
por la letra V.
El vasto vlanco
que por de día
inundava toda la ciudad
se vaporizava
en negro vencejo
durante la noche.
Existía un círculo
de virtuosismo
en el asfalto
de ese amviente
que contagiava
de forma virulenta
a los presentes
que se tornavan
a un idioma inaudito.

Albayzín


Al fin te encontré.
Me derramé
con tus cipreses
que son lágrimas
que lloraban
por tus hileras de agua
que se desmayan
en el reflejo de tus calles
donde la oscuridad
me obligó a tocar tu luna
y me llenó de luz
en aquella vieja barra
de aquella vieja taberna.

Rosaleda

El agua humea
por todos lados
en un desierto verde
elevado
por unas alas metálicas,
presiona y destroza
el ataúd marrón
de la vida
en el que los pájaros
se cagan
como bienvenida
a la muerte.

Pelo en el suelo

Aligeré peso mentalmente
y me quedé sin nada
que decir en el umbral
de la nocturnidad,
desnudo tras el espejo invisible
pero invicto sin recuerdo,
desquicié a las tijeras
oxidadas que cizayan
los hilos de la vida
con ternura
mientras las ratas
hacian de voyeur
en las esquinas.

5

Cambié
mi vida por la palabra
que se mecía
en una banqueta erguida
donde tendí
mi mano a la libertad
y recogí la cosecha
que sembré
con un bolígrafo
en un papel.

Regresé
a la actualidad
donde la tradición
era sentarse
delante de un electrodoméstico
y escuchar a un individuo
que era maestro
en describirnos
las mejores antonimias
de belleza.

Organización Nacional de CIEGOS Españoles


No me gustaría

pensar mal,

seguramente él

solo se preocupaba

por alguna mancha

que llevase esa chica,

rubia, en el vaquero ajustado

por la zona del trasero,

pero para estar en la ONCE

no le quitaba

el ojo de encima.

Acromático


Y te dejé atrás

en aquella sobria morada

donde las hojas cantaban

con el viento

una melodía aun no sonada

y las nubes caminaban

por el oscuro camino

hacia la noche

y las palmeras tiritaban

de frío con miedo

a desvanecerse

y los pájaros ofrecían

sus últimos lamentos

de la tarde.

Jodidamente jodido

Me jode la represión en Gaza.
Me jode las injusticias del pasado.
Me jode que haya mujeres maltratadas.
Me jode que exista el hambre
y un niño sin educación,
y lo peor, que exista un adulto que no quiera educación.
Me jode el racismo.
Me jode la hipocresía.
Los eufemismos me joden.
Las balas me joden.
Me jode la esclavitud en pleno siglo XXI.
Me jode el consumismo.

Pero también
me jode coger los pisquitos cuando no quedan patatas.
Me jode andar con prisas.
Me jode olvidar cosas ingeniosas.
Me jode que los conciertos no empiecen a su hora.
Me jode lavarme la cara por la mañana.
Me jode que los guiris invadan mi ciudad.
Los semáforos en rojo me joden.
Los curas me joden.
Las colas me joden.
Me jode no tener un lápiz cuando lo necesito.
Me jode esquivar a la gente,
hacer eslalon sin esquís en pleno verano.
Me jode fregar los platos.
Me jode afeitarme, peinarme.
Me jode pedir otra cerveza.
Me jode la tarde del domingo.
Y muchas más cosas me joden...

Clave

Hand of shoulder, de Marc Sijan


Emergí de aquella galería
convencido de no haber
estado solo todo ese rato.

Presentí
que las esculturas
se movían por si solas.

Y en los semáforos,
todas las personas
me parecían obras
de Marc Sijan.

Me inspiré

Me he comprado
una libretita pequeña,
por eso que dicen
de que la inspiración
es ingobernable,
que nunca avisa al llegar,
que nunca llama al entrar.
Con esto la estoy inaugurando.
El problema, ahora, es
que no sé, exactamente,
si en este momento
estoy inspirado
o solamente
(es lo más seguro)
quería sentir el placer
de manchar algo tan limpio.

En cambio, esta tarde,
"me han regalado"
un libro de Neruda
en el Corte Inglés.
Lo quería de hace ya un tiempo.
Eso, claramente,
si es un buen ejemplo
de inspiración.

Sentimiento de culpabilidad


Hoy,
en la biblioteca,
mientras leía
me estremeció
un gigantesco hambre.
Me acordé
de que llevaba galletas
en la mochila.
La chica que estaba a mi lado
me miraba de reojo,
con cara rara,
no creo que fuese por mi belleza
le estaba molestando
con el sonido
de mi masticar.
Me las comí todas.
Ella acabó por marcharse,
la eché.
Me sentí culpable.
Chica,
disculpa pero tenía hambre.

Ojos de mujer

<<...y liar un cigarrillo
mientras se escucha a Brahms
en una pequeña radio roja
es haber regresado
con vida
de una docena de guerras.>>
Charles Bukowski


Pavorosamente,

prendí un cigarrillo,

deschapé la lata

de una cerveza.

Me cegaba el humo.

El ruido de la nevera

lo cambié por el del aire

mientras escuchaba

unas Danzas Húngaras

de Bramhs en el Spotify.

Improvisé un cenicero

colmado de recuerdos

dignos de aislarse

en un manicomio.

Regresé victorioso

de la guerra

que aún no ha empezado.

En mitad de un paseo

por mi escritorio

no siempre muestro

mi interés por las cosas,

y por si había alguna duda

me gusta Bukowski.