Ya no lo sé, tampoco.

Hoy me tienes ganas,
pero yo tampoco,
yo también.

Pero hoy no te trago,
tú tampoco.

Hoy quiero verte,
o tampoco,
pero no te puedo ver,
no me estás viendo,
pero yo tampoco,
yo también.

Hoy tampoco,
mañana tampoco,
o pasado,
pero yo también,
y mucho.

Contemplo


El aire vuela dejando paso
al sol que radia belleza
entre la música del agua y el cielo.

La tierra de espeso verdor
se abre ante las flores
que se iluminan con la luna
en el juego lúgubre de la noche.

Amanece con la fruta madura
entrelazada con amor y levitando
en las ramas quebradizas
que se agrietan con el paso del tiempo.

Gritos del campo


Howlin' Wolf aulla
por la noche de su guitarra
mientras Hound Dog Taylor
oxida la rueda de un pozo
con su garganta abierta.

Elmore James se arma de slide
y asesina a todos los tímpanos
que se interponen a su paso,
Son House abrasa una national
con su metálica esencia.

James Blood Ulmer derrama sangre.

John Lee Hooker toma un bourbon
al final de la barra.

Dr. John resurge del pantanoso
New Orleans para hacer vudú.
Encontrarse con viejos maestros.

Girar en un tocadiscos
la negritud del presente.

Beber una cerveza,
una cerveza barata.

Pilotar aviones entre nubes
sin motor.

Reventar el grano del pasado.

Pintar un graffiti.

Contemplar el estreno de la semana,
gratis.

Empieza el show.
Raíces al cielo.

Llorar con los ojos quitados.
Destellos de luz que oscurecen.

Despellejar la piel del pasado.

Contrabajo de palpitaciones en mi pecho.
Trompeta en mi tímpano.

Hay muchos colgados.
Me voy.

NAND y NOR


Afilé las patillas
de mis circuitos integrados
para asegurarme
de que iban a atravesar
perfectamente
las retinas de ese hombre
a pesar de llevar gafas.

Vamos para mal

Buenos días.
¿Te vas?
Me quedo.
¿Hola?
Adiós, he dicho.
¿Entonces?
Hasta luego.
¿Cómo?
Que te jodan.
¿Qué dices?
Que te vayas a la mierda.
¿Dónde estás?
Tu puta madre.
Visten de negro
y llevan barba.

Escuchan música.

Miran las estrellas
sentados en un banco
mientras comen castañas en otoño.

Dicen: -Hola
cuando se van.

No andan en las aceras,
corren por las calles
fotografiando el mundo sin flash.
Las frías telarañas
del rincón de mi suciedad
van atravesando
las paredes ensuciadas
por holocaustos nazis
comandados por protagonistas
que son aplaudidos
en este momento.

Soñé que soñaba un sueño de otro

Mientras dormía
montaba en bici
por los sueños
de los hombres,
descubrían
el sonido del silencio
que aullaba, entre sábanas,
en el bosque oscuro
de la humanidad
como la cuerda rota
de una guitarra,
el color de lo invisible
que resplandecía su interior
en mitad de una morada
subido en un árbol.

La escena era completada
por la vieja
meciéndose en su butaca
chirriante,
entrelazando con ganchillo
los hilos negros
de cada quimera
que cerraba con llave.

Viernes por la mañana


Un viernes, sentado en la plaza Einstein, se acercó un hombre, ya mayor, retiró el vaso de la noche anterior que tenía dos dedos de un líquido amarillento, aparentemente whisky barato, del banco y se sentó a mi lado. Confiadamente, pero distante, me inició una conversación sobre el botellón, por el vaso seguramente, afirmaba que estábamos en tiempos de crisis y que él, si fuese joven, haría lo mismo, hacer botellón, “el vino en las tabernas está muy caro” decía, yo solo sonreía y afirmaba con la testa. En su juventud eso no pasaba, se podía invitar a un medio a un amigo sin mirar la cartera antes y se jugaba alegremente a las cartas, en la actualidad pasa igual, aunque han cambiado las cartas por jugar con drogas de diseño y a las tabernas toscas del pasado les han añadido neones cegadores para actualizarlas.

Además, hablamos de las obras del tranvía que había en construcción, el cuál llevaba ya un tiempo así y no tenía intención de ver su final, de Messi, aunque era del Real Madrid le gustaba muchos ese jugador, “resolvía partidos en segundos” contaba, yo sobre este tema no tuve mucho qué aportarle, pero intenté defenderme. Conversamos de la belleza de Granada, de su paso por el ejército, donde conoció a un cordobés, perdió su pista hace ya tiempo, daba la posibilidad incluso de que hubiese muerto. Me explicó que estuvo casi toda su vida trabajando para Telefónica aunque no sabía utilizar un móvil.

Cualquiera que nos escuchase diría que nos conocíamos de toda la vida, se creerían que sería mi abuelo o algo así. Parecía que de esa conversación iba a salir la solución para este mundo, pero él ya dijo que aquello era hablar por hablar, de aquel banco solo sacaríamos un buen rato, no arreglaríamos nada.

El reloj marcaba las 13:30 y mi amigo llegó, habíamos quedado allí para tomar unas cervezas, me despedí de ese hombre con un hasta luego, como si nos volviésemos a ver, me haría ilusión que ocurriese.

Él nunca leerá esto, pero me gustaron aquellos tres cuartos de hora que pasé en aquel banco y tenía que escribirlo.

Se me olvidó preguntarle por su nombre, pero no importa, ya está mi imaginación para bautizar, en mi memoria se quedó como “El telefonista que no quería arreglar los cables telefónicos del mundo”.

Síndrome de contradicción

Constantemente
ha caminado
sobre mi prominente testa,
sin desistir,
la idea,
el hecho,
la posibilidad,
de que la contradicción
es la virtud
más sublime
que aborda al hombre,
y por supuesto,
a la mujer,
pero tenía mis dudas,
que se despejaron
cuando llegó,
bajo las farolas,
la noche de aquel día.
La idea a la que apelaba
en ese momento
se redimió
en hechos posibles.