A Soledad


Acémila añeja enjuta.
Senda sin zapatos caminada,
lleva así toda la ruta.
Del espanto y el pavor rodeada.

Fusiles contra los vientos,
sin miedo, confiados, enfretaban.
Supernova en firmamento.
Metrallas en el cielo silbaban.

Hambre y miseria es su vida.
Santiguan por cuerpos de cunetas,
sin saber si habrá ida,
se sienten vuelos de metralletas.

Él, hacia ellos se dirige,
mil valientes, altos, vigorosos,
cavan ya sus propios fosos.
No, no pasarán, o eso se rige.

Cuerpo a tierra es la rutina.
Tristeza, su llanto no sorprende.
País rebosante de ruina.
Un país que de dos hilares pende.

Un año después


En el Top of the Rock miré al suelo
sobre un ardor tupido
que me llevó hasta las nubes
pasando por un rectangular verde
salpicado de blues estancados.

En el central verdor del espesor
jazz de saxo tenor sonaba
con el repiqueteo de una batería
azotada por pinceles metálicos
que pasaban la gorra.

Pasé de ser en pleno vuelo
a un cemento estrellado
iluminado de radiantes
matices de variados colores
originados por Times.

En el Subway miré al cielo
bajo un ardor tupido
que me llevó hasta Harlem
donde la muchedumbre encestaba
su vida en el tablero de ajedrez.

Ellis me hizo recordar a
miles de gentes ilusionadas,
que soñaban un sueño
hecho, al fin, libertad,
sin haberlas visto nunca.

Pasé de ser en pleno paseo
a un consistente bridge
con reflejos de destellos
a sus sólidas extremidades
que me llevaron a Brooklyn.
Yo, sin embargo,
si me encontré.

Me hacía la imagen
de que ibas escribiendo
en una especie
de aguja del espacio.

Lo leí,
me motivaste un amago
de sonrisa en mi ser
(te lo agradezco)
al haberme recordado
recuerdos sin olvidar.

Extraña, mejor,
(te lo recomiendo)
el verso en el que sí te incluí,
te encerré en un cajón
temporalmente, eché la llave,
exclusivamente para mí.

Ahora
rompe tu billete de avión,
y aunque te fuiste,
no te marches.

Incultura general

Incultura general
es no saber apreciar
oscuras melodías
al calor de la luna
en el patio de un castillo.

Incultura general
es no saber apreciar
el boceto de un ciprés
abrazado a un papel
rodeado de pardillos.

Incultura general
es saber apreciar,
solamente, tu peinado,
el beber sin sentido
al son de pachanga y
el acordarte de toda
tu agenda fémina del móvil
antes de acostarse.

En represión

Aquella poesía…

Añoro aquel poema nunca escrito,

no nos hizo falta de un espito,

aquel hambre de escribir sin apetito,

aquel whisky que no me permito,

aquellos cubos de hielo que derrito.

Aquellas tres cuerdas de mi guitarra,

más que mera chatarra,

aquel sonido, del que desgarra,

sonaba monótona, cual cigarra,

bajo aquella seca parra.

Aquella pluma variopinta,

aquella que carecía de tinta,

como dama, de palabras encinta,

vivaz, no estaba extinta,

traicionera, asidua a la finta.

Aquel papel que no dice nada,

celulosa que fenece abandonada,

paciente ante la frase adecuada,

grafía que quedará abrazada

en aquella nívea morada.

Esa calle…

Añoro ese silbido en la calleja,

ese charco, en el que mi cara perpleja

da sombra y se refleja,

esa tez que posa sobre la reja

sin concebir la moraleja.

Ese adoquín desgastado,

ese suelo empedrado

en el que alguien enervado

se sentó en su costado

sin saber nada de su pasado.

Esa luz impasible y oscura

colma de moradura,

con el tiempo madura

sin pensar en lo que dura,

se zanja, pero perdura.

Ese majestuoso río

sin su falta de brío,

cercado de barrio judío,

profundo y poco bajío,

ese que nadie sabe que es mío.

Esta noche…

Añoro cuando este tictac no marcaba,

cuando este surrealismo nos impregnaba,

cuando poco te importaba,

solo esta plática que ella te daba,

cerrar estos ojos cuando el gallo cantaba.

Este alba de madrugada, amanecer,

y con este remontar, ascender,

llegar a perder la razón, enloquecer,

sin estar falto, de nada carecer,

flotar, navegar, dejarse mecer.

Esta condición nada hidalga,

este no pensar en lo que salga,

este demente que ya cabalga,

tal cual, como negra galga,

por este ejido verde alga.

Este existir que era desasosiego,

solo agitado por tu propio ego,

firmemente, seguir así me niego,

pienso y escojo el trasiego,

sin mirar atrás camino, despego.

Contemplarte y ver tus ojos
es como ver chispear a dos bombillas
fundidas de una lámpara
que aún reluce.

Y parpadear y seguir palpitando.

Contemplarte y ver tus ojos
es como ver florecer dos flores
en el alto manzano
de mi huerto en otoño.

Y parpadear y seguir palpitando.

Contemplarte y ver tus ojos
es como ver escribir a dos plumas
vacías, sin tinta,
sentencias inacabadas.

Y parpadear y seguir palpitando.

Contemplarte y ver tus ojos
es como ver girar dos vinilos
de blues que besan la aguja
austera y sin sonido.

Y parpadear y seguir palpitando.

Contemplarte y ver tus ojos
es como ver brillar dos perlas
de brillante ébano ennegrecidas
por el roce de tu cuerpo.

Y caer en un parpadeo infinito.

Boceto de un ciprés


Él.

Él es

ciprés,

de hedor,

arrebatador,

en íntimos pies

hay un perdido dolor

y cruces a su alrededor,

en lo más alto, en el cielo,

hay yerto y oscuro verdor,

un árbol sanado de estupor,

ya acaricia la sanguinolencia,

nadie exigió mera clemencia,

la médula se interferencia,

y se rodea de paciencia,

con su madera rojiza

que paraliza.

Ciprés.

Él es,

árbol

del revés.