Viernes por la mañana


Un viernes, sentado en la plaza Einstein, se acercó un hombre, ya mayor, retiró el vaso de la noche anterior que tenía dos dedos de un líquido amarillento, aparentemente whisky barato, del banco y se sentó a mi lado. Confiadamente, pero distante, me inició una conversación sobre el botellón, por el vaso seguramente, afirmaba que estábamos en tiempos de crisis y que él, si fuese joven, haría lo mismo, hacer botellón, “el vino en las tabernas está muy caro” decía, yo solo sonreía y afirmaba con la testa. En su juventud eso no pasaba, se podía invitar a un medio a un amigo sin mirar la cartera antes y se jugaba alegremente a las cartas, en la actualidad pasa igual, aunque han cambiado las cartas por jugar con drogas de diseño y a las tabernas toscas del pasado les han añadido neones cegadores para actualizarlas.

Además, hablamos de las obras del tranvía que había en construcción, el cuál llevaba ya un tiempo así y no tenía intención de ver su final, de Messi, aunque era del Real Madrid le gustaba muchos ese jugador, “resolvía partidos en segundos” contaba, yo sobre este tema no tuve mucho qué aportarle, pero intenté defenderme. Conversamos de la belleza de Granada, de su paso por el ejército, donde conoció a un cordobés, perdió su pista hace ya tiempo, daba la posibilidad incluso de que hubiese muerto. Me explicó que estuvo casi toda su vida trabajando para Telefónica aunque no sabía utilizar un móvil.

Cualquiera que nos escuchase diría que nos conocíamos de toda la vida, se creerían que sería mi abuelo o algo así. Parecía que de esa conversación iba a salir la solución para este mundo, pero él ya dijo que aquello era hablar por hablar, de aquel banco solo sacaríamos un buen rato, no arreglaríamos nada.

El reloj marcaba las 13:30 y mi amigo llegó, habíamos quedado allí para tomar unas cervezas, me despedí de ese hombre con un hasta luego, como si nos volviésemos a ver, me haría ilusión que ocurriese.

Él nunca leerá esto, pero me gustaron aquellos tres cuartos de hora que pasé en aquel banco y tenía que escribirlo.

Se me olvidó preguntarle por su nombre, pero no importa, ya está mi imaginación para bautizar, en mi memoria se quedó como “El telefonista que no quería arreglar los cables telefónicos del mundo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario