Clave
Emergí de aquella galería
convencido de no haber
estado solo todo ese rato.
Presentí
que las esculturas
se movían por si solas.
Y en los semáforos,
todas las personas
me parecían obras
de Marc Sijan.
Me inspiré
una libretita pequeña,
por eso que dicen
de que la inspiración
es ingobernable,
que nunca avisa al llegar,
que nunca llama al entrar.
Con esto la estoy inaugurando.
El problema, ahora, es
que no sé, exactamente,
si en este momento
estoy inspirado
o solamente
(es lo más seguro)
quería sentir el placer
de manchar algo tan limpio.
En cambio, esta tarde,
"me han regalado"
un libro de Neruda
en el Corte Inglés.
Lo quería de hace ya un tiempo.
Eso, claramente,
si es un buen ejemplo
de inspiración.
Sentimiento de culpabilidad
Hoy,
en la biblioteca,
mientras leía
me estremeció
un gigantesco hambre.
Me acordé
de que llevaba galletas
en la mochila.
La chica que estaba a mi lado
me miraba de reojo,
con cara rara,
no creo que fuese por mi belleza
le estaba molestando
con el sonido
de mi masticar.
Me las comí todas.
Ella acabó por marcharse,
la eché.
Me sentí culpable.
Chica,
disculpa pero tenía hambre.
Ojos de mujer
mientras se escucha a Brahms
en una pequeña radio roja
es haber regresado
con vida
de una docena de guerras.>>
Charles Bukowski
Pavorosamente,
prendí un cigarrillo,
deschapé la lata
de una cerveza.
Me cegaba el humo.
El ruido de la nevera
lo cambié por el del aire
mientras escuchaba
unas Danzas Húngaras
de Bramhs en el Spotify.
Improvisé un cenicero
colmado de recuerdos
dignos de aislarse
en un manicomio.
Regresé victorioso
de la guerra
que aún no ha empezado.
En mitad de un paseo
por mi escritorio
no siempre muestro
mi interés por las cosas,
y por si había alguna duda
me gusta Bukowski.
Diana de lluvia
De vuelta a la ciudad
Circulo vicioso
Fin de estío
De repente,
me veo indignado
en el siglo XXI,
salgo a la calle,
me encuentro vagando
por el boulevard,
me acuerdo de Solimán,
necesito un cigarro,
voy a por él,
me lo fumo
con demasiadas ganas,
me veo sumergido,
inmerso, en la fortuna,
pierdo la virginidad
en el miedo.
Me doy cuenta
de que el dinero
nunca duerme.
Me siento a ver pasar,
me fumo otro,
tranquilo, sin prisas.
Me doy cuenta
de que la palabra
contémporaneo no existe.
Me doy cuenta
de que las palabras
en inglés suenan igual.
Me veo solitario
en el desierto de Arizona.
El concierto no empieza,
como es rutina se retrasa.
Me mira fijamente la Mahou
como si esperase una charla
de quince minutos
que saliese de mi boca.
Es tarde,
me marcho a casa
a la tercera canción.
Me doy cuenta
de que las chicas
solo se acercan
a los guapos.
Me doy cuenta
de que lo del siglo XXI
era solo una excusa
para tomarme unas cervezas.
Proceso de desorientación
desorientarme, girar las cosas
de sitio y dar mil vueltas,
marearme hasta levitar,
vomitar y caer redondo
en el suelo, cerrar los ojos,
meditar, reflexionar,
y diez segundos y ocho decimas
después abrir los ojos y levantarme
en un lugar que no conozca,
donde pase desapercibido
ante las miradas de personas
que me acusan de no llevar
una vida “recomendable”.
Frescor de verano
Me encanta tocar tus hielos en pleno verano cuando mas fácil se derriten. Abrirte y dejarte fluir, pero no de corrida, por mi opaco interior hasta el fondo de mi ser. Relamerte con mi lengua hasta que se quede dormida, yuxtaponerla con tu sabor y dejarme con ganas de seguir, de querer más, gracias a tu meloso aliento que se queda en mi garganta.
Me encanta cuando te bebo y no me sabes a nada, y medio minuto después, sin saber a qué viene, me inundo en escalofríos, muestra de que siento debilidad por ti. Puede que sea eso lo que mas me guste, tu frescor, la incertidumbre de que pasará en el siguiente trago.
Ahora, ya solo me queda un último sorbo, lo tomaré, lo saborearé como ninguno, será el que más mantenga en mi boca, y después de atravesar mi nuez, ya solo quedará soltar el vaso.
Cinco puñales hieren tu corazón
<<...Corazón malherido
por cinco espadas.>>
FEDERICO GARCÍA LORCA
malhiriendo tu lamento
distante, dejalo ya, césalo.
Seis hilos blancos y sedosos
en el recto diapasón suturan
y cierran tus heridas leves,
pero rojas y sangrientas.
Hilos blancos y sedosos
socorridos en un clavijero
de clavijas nacaradas de oro.
Traste a traste siento el morir
de tu cuerpo, artesanía de tronco,
con mis dedos que abrasan sin fuego.
Desierta palabra sonora amedrentada:
deja al pájaro que suba al cielo por ti,
deja al cante jondo que muera por ti.
Tu corazón maltrecho y destrozado,
ya no sufre, ya late con compás.
Deja tu llanto, déjalo ya.